Y con esto y un bizcocho... Ande yo caliente, y ríase la gente... Permíteme esta mezcla de frases hechas que se cogen con pinzas, perdona...
Lo del bizcocho es opcional, y mejor evitar digestiones nocturnas pesadas... Y lo del refrán también, pero viene muy bien para expresar que, mientras logremos estar lo más a gustito que podamos en las frías noches de invierno de nuestras escapadas, ya pueden venirnos con monsergas que la aventura es mucha aventura y cada cual se la busca como quiere y puede. ¡Trá, trá!
Y esto me lleva de nuevo al día del cacao, la terraza y la chica fitness de debajo de mi casa. Al volver a la cocina, mientras lavaba la taza, la dejaba en el escurridor, y cogía el trapo para secarme las manos, me fijé en las vacas de un póster que tengo colgado sobre quesos suizos... Y me llevó a hace muuuuchos años, cuando, en la época del instituto, nos íbamos de acampada a Ribes de Freser, en el Pirineo oriental, Girona.
De un año para otro cambiaron la zona donde acampar, pero nosotros no lo sabíamos y nos fuimos al sitio de siempre. Empezábamos a subir desde la estación de tren y, en un tramo del camino, teníamos que cruzar un pequeño río... A mí, personalmente, me encantaba. Descalzarme, meter los pies en el agua helada, y, después, sentir la sensación cálida cuando volvían a habituarse a la temperatura exterior.
Cuento esto a fin de comentar que no sabría explicar el por qué, pero en ese trayecto no vimos el pastor eléctrico que habían puesto para delimitar los terrenos.
Nos dimos cuenta a la mañana siguiente, y de una forma medio cómica, medio terrorífica.
Desde siempre he sido madrugador. Da igual a la hora a la que me vaya a dormir, ni el estado en el que lo haga, madrugo sin necesidad de despertador. Y ese día no fue diferente. De las dos tiendas que llevamos, yo fui el primero en bajar la cremallera de la entrada... ¿Y qué me encontré al sacar la cabeza? Otra. La de una vaca gigante. De la impresión, me quedé paralizado unos segundos en los que nos estuvimos mirando cara a cara. Después, volví dentro de la tienda, y, medio por la situación, medio por los nervios, empecé a reír y a despertar al resto. A los que estaban conmigo y a los de la otra tienda.
Todos alucinamos, sin atrevernos a salir, hasta que, finalmente, las vacas decidieron seguir su ruta. No sé el tiempo que llevarían allí. De vez en cuando, íbamos sacando el hocico para ver qué hacían hasta que se fueron tan tranquilas.
Más tarde, cuando ya desayunamos y salimos a dar una vuelta, supimos, por otra gente, lo del cambio de la zona de acampada. Aunque, como solo estábamos tres noches, y la primera ya la habíamos pasado, decidimos quedarnos donde estábamos. Y no hubo mayores consecuencias. Al año siguiente, ya estuvimos en el lado correcto.
Estas acampadas las hacíamos en verano, justo cuando acabábamos el curso, el puente de San Juan, o en Semana Santa. A veces, las menos, Ribes de Freser. Otras por el Montseny, la zona del Tagamanent.
Una sonada fue un verano en el que fuimos a Aiguafreda (Montseny, Barcelona) y, después de llegar también desde la estación del tren, cargados con una tienda canadiense prestada que pesaba como tres muertos, nos dimos cuenta de que no podíamos montarla porque no estaban los palos. Carcajadas. Y, en cierta forma, aliviados porque no la teníamos que armar, ya que, en esa ocasión, los amigos verdaderamente “de campo” no venían. Estábamos los urbanitas patosos. Nos tendrían que haber grabado cómo intentábamos levantarla antes de darnos cuenta de que no teníamos los palos. Suerte también de que fue en verano y pudimos hacer vivac. La otra tienda que traíamos sí que la pudimos montar entre todos.
Así que, llegó la noche y... (pausa porque me está dando un ataque de risa) ... primer sobresalto. De los cinco que estábamos, tres tuvimos que dormir al raso, encima de la tela de la tienda, y, no sé a qué hora de la noche, uno de mis amigos se despertó de un respingo, cosa que provocó que también lo hiciéramos los otros dos, porque un bicho raro se le había metido en la oreja. Por suerte, solo quedó en el susto porque acabó saliendo.
Nos tranquilizamos y, poco a poco, nos volvimos a dormir... hasta el segundo sobresalto.
El padre de uno de mis amigos era representante de embutidos, con lo que, en cada acampada se traía una buena bolsa de chorizo, jamón, longaniza, fuet... Viandas que suelen gustar a muchos animales, humanos o no. Como a los perros, por ejemplo.
¿Y qué pasó? Pues que, al hacer vivac, las mochilas también estaban fuera, al aire libre, y mi amigo, el de los embutidos, dejó la suya abierta.
¿Desenlace? Apareció un perro de la nada directo a la bolsa de embutidos, hurgó lo suficiente para que lo oyésemos, no nos atreviésemos a decir nada, y se largara cargado por donde había venido. Bueno, el de las longanizas gritó tímidamente, pero desde su saco, sin ningún ademán de levantarse, como el resto. Eso sí, cuando el can se esfumó, sí que fue hacia la mochila y se dio cuenta de que se había llevado el lote. Qué hartón de reír...
En fin, que nada de esto nos hubiera pasado si hubiésemos tenido una de nuestras tiendas de techo Thule Tepui. Hubiésemos dormido lejos del suelo, a salvo de bichos y perros avispados, y en un colchón la mar de confortable. Porque, además, hay un buen abanico de posibilidades para poder cubrir diferentes necesidades, como decía al principio.
Afortunadamente, a pesar de los años que han pasado, continuamos en contacto todos los de esa época. Sería una buena propuesta organizar una escapada para recordar lo dichosos que fuimos y somos. Pero esta vez con tiendas de techo Thule Tepui porque me muero de ganas de probar la Foothill.
:: BONUS TRACK ::
Birds flying high, you know how I feel
Sun in the sky, you know how I feel
Breeze driftin' on by, you know how I feel
It's a new dawn
It's a new day
It's a new life for me, yeah
It's a new dawn
It's a new day
It's a new life for me, ooh
And I'm feeling good
Feeling Good – Nina Simone.